jueves, 16 de febrero de 2017

PERSPECTIVAS

Antipsiquiatría: un enfoque liberador de la salud mental

Jesús García Blanca
Normalidad y locura parecen dos extremos separados. Sin embargo, esta concepción esconde relaciones de poder y ha sido causa de un gran sufrimiento para quienes eran “diferentes”.
Es lo que denunció el siglo pasado el movimiento de filósofos y psiquiatras que criticó el trato que se daba a los “locos” y la definición de locura. El malestar, dijeron, lo causa una sociedad claustrofóbica que busca uniformizar, niega los instintos y provoca graves problemas de adaptación. Su crítica sigue vigente.

Locura y enfermedades mentales: mucho por desmitificar

¿Qué es la locura? ¿Existen realmente las enfermedades mentales? ¿Es necesario encerrar a ciertos enfermos para protegerlos de sí mismos o para proteger a otros? ¿O es posible encarar de otro modo el sufrimiento humano? ¿Quién y cómo decide estas cosas y con qué criterios? ¿Quién está más capacitado para conocer las raíces de ese sufrimiento: los supuestos especialistas en psicología o psiquiatría o las personas que sufren? Las respuestas a estas preguntas cambiaron nuestra visión de la enfermedad mental y de nuestra sociedad.
Durante los años cincuenta del siglo pasado se produjeron dos acontecimientos que modificaron la práctica y los conceptos de la psiquiatría hasta nuestros días: se desarrollaron los primeros antipsicóticos, que permitieron tratar a los esquizofrénicos sin que estuviesen recluidos, y surgieron una serie de psiquiatras que iniciaron un cuestionamiento radical de la psiquiatría y la psicología, incluyendo los propios tratamientos farmacológicos. A este grupo de críticos se les agrupó posteriormente bajo la denominación “antipsiquiatría”.

¿Qué es la Antipsiquiatría?

En el siglo XIX había comenzado el encierro sistemático de los locos, junto con indigentes, vagos, maleantes, vagabundos, mendigos y otros colectivos incontrolados. Las condiciones del encierro pueden resumirse –propuso el filósofo Michel Foucault– con una palabra: miedo. Los “pacientes” estaban sometidos a una disciplina en la que cualquier derecho humano parecía totalmente ausente: camisas de fuerza, duchas frías, aislamiento, inmovilizaciones prolongadas y, por supuesto, humillación y pánico.
En el siglo pasado, cuando la psiquiatría evolucionó para reivindicar su carácter científico, a la altura de la medicina, los locos pasaron a denominarse “enfermos mentales”, pero las prácticas de confinamiento y tratamiento no dejaron de ser violentas y represivas. El poeta Antonin Artaud, en su célebre carta a los directores de manicomios, escribía: “La ley y la costumbre conceden a ustedes el derecho de evaluar las mentes humanas. Se supone que ustedes ejercen esta soberana y temible potestad con discernimiento. No se molesten si nos reímos... protestamos contra el derecho atribuido a ciertos hombres, de mente estrecha o no, a sancionar sus investigaciones en el campo del espíritu con sentencias de reclusión perpetua. ¡Y qué reclusión! Todos sabemos que los manicomios, lejos de ser asilos, son terribles cárceles donde los reclusos constituyen una fuente de mano de obra gratuita y útil, y donde la brutalidad es la norma”.

Cambiando de paradigma

La antipsiquiatría vino a plantear una lucha frontal contra estas prácticas, pero también a redefinir los principales presupuestos teóricos de la psiquiatría y sus pretensiones de convertirse en ciencia. Una crítica que los autores del movimiento hicieron desde diferentes ángulos: algunos consideraban que la psiquiatría es uniformizadora y cómplice del poder, otros lucharon contra la reclusión de los esquizofrénicos, otros criticaron las relaciones de poder terapeuta-paciente, otros analizaron la estigmatización producida por diagnósticos que muchas veces solo escondían descontento y rebeldía... Pero todos compartían en alguna medida la lucha por el cambio social, en sintonía con un momento de rebeldía: mayo del 68, movimiento de liberación gay, contracultura, oposición a la guerra de Vietnam, explosión de la cultura rock, crítica intelectual y activista del capitalismo...
Las discusiones teóricas se convirtieron en una lucha política. Como dijo el psiquiatra sudafricano David Cooper: “La antipsiquiatría es política y es subversiva por su misma naturaleza, con respecto al represivo orden social burgués; antipsiquiatra es quien está dispuesto a correr los riesgos involucrados en alterar progresivamente y radicalmente la forma en la que vive”. En apenas dos décadas, el movimiento consiguió producir un importante cuerpo teórico y experiencias sorprendentes. En los años sesenta aparecieron cuatro obras clave: Internados: ensayo sobre la situación social de los enfermos mentales, del sociólogo Erving Goffman; el libro fundacional de la antipsiquiatría, El mito de la enfermedad mental, del psiquiatra Thomas Szasz, en el que plantea que los psiquiatras no se enfrentan a patologías, sino a dilemas éticos, sociales y personales; El yo dividido, de Ronald Laing, sobre los orígenes sociofamiliares de la esquizofrenia; y el libro que dio nombre al movimiento: Psiquiatría y antipsiquiatría, de David Cooper.

Los beneficios de suprimir la administración de psicofármacos

A la vez se llevaron a cabo experiencias revolucionarias en centros como Kingsley Halla (Londres), el Hospital de Gorila (Italia) o la que desarrolló David Cooper en el Pabellón 21 del Shenley Hospital, en Hertfordshire (Inglaterra). Todas tenían en común una casi total libertad a los pacientes, que se relacionaban de igual a igual con los terapeutas. Se suprimieron las prácticas violentas y se redujeron drásticamente los tratamientos farmacológicos. En pocos años, comenzaron los éxitos parciales, pero todas estas experiencias fracasaron por la oposición de las autoridades académicas y sanitarias. En el caso de Cooper se llegó incluso a cambiar el nombre del pabellón por 20B para borrar todo rastro de la experiencia.

Libre elección: terapias al servicio de las personas

Psicoterapias directivas basadas en teorías reduccionistas y mecanicistas, al servicio del poder, que buscan la reinserción en la sociedad, la normalidad, la adaptación a los problemas.

El diagnóstico-etiqueta basado en el Manual de diagnóstico de la Asociación Americana de Psiquiatría, en el que unos especialistas –que tienen relaciones laborales o económicas con los laboratorios en muchos casos– establecen criterios despersonalizados y frecuentemente sin base patológica objetiva.
Las relaciones de dependencia y autoridad, a veces oculta bajo una capa de paternalismo, entre el terapeuta y el paciente.

Los tratamientos con psicofármacos, basados en la idea de que los trastornos se deben a desequilibrios bioquímicos. Crean dependencia, tienen efectos indeseados, a veces graves, y no solucionan los problemas, sino que se limitan a paliar o tapar los síntomas.
Psicofármacos: conociendo sus temibles efectos secundarios
ENTREVISTA A PETER GØTZSCHE

Psicofármacos: conociendo sus temibles efectos secundarios

No hay comentarios:

Publicar un comentario