La psicopatología, y nosotros que la quisimos tanto...
Hace unos meses tuvimos conocimiento de la celebración de un homenaje a la figura de Michel Foucault en relación con el 30 aniversario de su muerte y acerca de su pensamiento sobre la locura y la salud mental. Joseba Achotegi escribió en su blog un artículo de prsentación sobre este homenaje de lectura muy recomendable (aquí).
En dicho artículo nos llamó la atención especialmente un párrafo, que recoge una cita del pensador francés:
La pregunta fundamental que se formula Foucault, y hay que resaltar
que la hace cuando aún es un joven estudiante que está finalizando su
formación en el Hospital de Sainte Anne de París, difícilmente puede ser
más clara e ir más dirigida a la raíz del tema que nos ocupa: “había
seguido también estudios de psicopatología, una pretendida disciplina,
que no enseñaba gran cosa. Entonces se me planteó la pregunta: ¿cómo un
saber tan escaso puede arrastrar tanto poder?”. (1975).
Foucault se plantea por qué la sociedad delega un poder tan grande en
los profesionales de la salud mental, y se pregunta si no será porque
cumplen una determinada función de control social al servicio de los
intereses del sistema, no tanto por la valía de sus conocimientos
científicos, que como señalará en sus trabajos han sido muy escasos en
algunas etapas históricas, sin que ello haya menguado lo más mínimo su
poder.
El comentario sobre la psicopatología no tiene desperdicio: "¿cómo un saber tan escaso puede arrastrar tanto poder?"
Y nos quedamos dando vueltas sobre el tema.
En nuestros inicios en la profesión, se nos insistió, como hicimos
durante años nosotros mismos con las siguientes generaciones de
residentes, que era imprescindible saber lo primero de todo mucha
"psicopatología", ya que ésta era la base de la psiquiatría. Es cierto
que hoy en día se insiste más bien en que se sepa mucho de farmacología,
pero refiriéndose a libros con dibujos de colorines traídos por
anunciantes sonrientes y no a revisiones sistemáticas sobre problemas de
seguridad de los fármacos que dichos anunciantes promocionan, pero éste
es otro tema que ahora no viene al caso.
¿Y qué sería exactamente esto de la psicopatología?. Según Vallejo, en uno de los manuales clásicos de psiquiatría en castellano, la psicopatología es "la
fundamentación científica de la psiquiatría, para lo cual precisa
delimitar conceptos generales con validez universal en el campo de la
patología psíquica. […] acoge todo el saber que se extiende desde
lo más orgánico-biológico a lo estrictamente psíquico, la
psicopatología intenta extraer conclusiones válidas para estructurarse
como ciencia […], intentando […] entrar, desde una metodología científica, en la comprensión de la conducta patológica."
Si les parece que el párrafo precedente no da una idea muy entendible de
cuál es el objeto concreto o el método de esta pretendida ciencia,
vayan a la fuente general del texto original - más amplio - y, si allí
lo entienden mejor, no dejen de explicárnoslo. La psicopatología parece querer ser (que, evidentemente, no es lo mismo que conseguir ser) la ciencia básica de la psiquiatría, entendida ésta a su vez como "rama de la medicina que se ocupa del estudio, prevención, tratamiento y rehabilitación de los trastornos psíquicos […], cuyo carácter científico se alcanza a través de la psicopatología".
A pesar de las grandilocuentes definiciones y como ya decía hace casi 40
años Michel Foucault, no parece que el carácter científico de la
psicopatología (y, por ende, de la misma psiquiatría) sea algo
conseguido realmente. Lo cual tal vez es achacable a que el objeto de
estudio (nada menos que la conducta, las emociones o el pensamiento
humanos) no es realmente susceptible de análisis por una metodología
científica propia de las ciencias naturales, especialmente la física,
como a muchos les gusta creer.
La psicopatología busca, tal como entendemos nosotros, proporcionar la
descripción objetiva de lo mental / emocional / conductual anómalo, en
gran parte desde un punto de vista sintomatológico, de la misma manera
que la fisiopatología se dedica a explicar el funcionamiento patológico
respecto a lo que sería una fisiología normal. El problema, que ya hemos
señalado en otras ocasiones, es que no disponemos de ningún modelo
fisiológico del funcionamiento mental que esté contrastado
científicamente, aceptado por la mayor parte de investigadores y sea
realmente explicativo de los fenómenos psíquicos normales.
No hace falta ser un erudito en filosofía y metodología científica para
darse cuenta que sin tener una fisiología mental fiable, difícilmente
podremos construir una psicopatología digna de ese nombre.
Evidentemente, por lo que estamos argumentando, compartimos plenamente
la primera parte de la frase de Foucault: la psicopatología parece un
saber muy escaso. Y lo es porque por mucho que grandes pensadores, como
Germán Berrios, intenten desarrollarla y hacerla crecer, las raíces (ese
conocimiento del funcionamiento psíquico normal) no tienen fuerza como
para sostenerla. Y en cuanto a la segunda parte del pensamiento
foucaltiano, también compartimos su sorpresa, no sin cierta tristeza
irónica, sobre el tremendo poder que arrastra un saber tal. Más allá del
control de la locura y el loco, de lo que habló con profusión el autor
de Historia de la locura en la época clásica y El poder psiquiátrico, en nuestros días este poder se ha deslizado a otras funciones de control en relación con el malestar vital, el llamado consuelo del triste y el ansioso, con el desarrollo de un constructo ideológico tal como la "salud mental",
por el que nuestra cultura consigue metabolizar lo que realmente son
problemáticas sociales de forma que queden circunscritas al ámbito
individual. Donde no se podrán solucionar, pero no molestan a los que
mandan y ganan en este negociete capitalista neoliberal que nos han
montado sin que casi nos diéramos cuenta. Y las iatrogenias y
dependencias que se generen en el proceso, poco parecen importar a
nadie. Algo de todo esto comentamos también aquí.
¿Y cómo funciona el conocimiento psicopatológico en el día a día de un
Servicio de Psiquiatría? Lo primero que se espera de un residente que
empieza su formación, es que domine el "lenguaje psicopatológico". Que
sepa nombrar bien los síntomas del paciente. Es decir, que ante el
relato del paciente de su malestar, objetivo, subjetivo o negado, sepa
traducirlo en un conjunto de síntomas descritos por dicho conocimiento
psicopatológico y que, a continuación, serán tratados por la técnica
psiquiátrica. Y conste que este conocimiento psicopatológico acumulado
representa un trabajo descomunal de grandes pensadores, realizado casi
de forma completa en los albores de la disciplina hace ya muchas décadas
y de gran profundidad teórica. Y es cierto que cualquiera que haya
mostrado interés por el campo de la locura y su trato, no deja de amar
en cierto sentido ese conjunto de descripciones sintomatológicas tan
bellamente desarrolladas (un poco a la manera como los médicos no dejan
de tener sus "enfermedades favoritas"). El problema es, o debería ser,
en qué afecta este estado de cosas a la persona que atendemos.
Cuando se trata de un loco, un psicótico, el paso por el filtro
del lenguaje psicopatológico consigue mostrar la erudición del
profesional, lo mucho o poco (normalmente y cada vez más, poco) que
conoce a los clásicos y lo aplicado que es al estudio. Al paciente, de
nada le vale que el profesional que le atiende sepa que la voz que le
habla apoderándose de sus cuerdas vocales sin que él lo pueda evitar es
una alucinación psicomotriz en el sentido de Séglas. Nos esforzamos en catalogar las vivencias locas
del paciente en nuestro álbum de botánica, como especies comunes o más
bien raras, pero sin que quede claro si a través de todo este trabajo,
sin duda ímprobo, se avanza lo más mínimo en el esfuerzo de intentar
comprender, acompañar o ayudar a la persona que experimenta vivencias
que, probablemente, ni siquiera puedan explicarse en nuestro lenguaje
común.
Y otro es el caso cuando se trata de un paciente no loco, por así
decirlo, es decir, alguien que sufre de enfermedades que no son otras
cosas que sentimientos humanos en reacción a avatares vitales o,
incluso, simples variantes de formas de ser: depresiones, ansiedades,
hiperactividades, impulsos, adicciones y tantos casos y casos de
personas que acaban creyéndose enfermos y comportándose como tales sólo
porque su cultura decide catalogarlos así (para mayor beneficio
económico de vendedores de falsos remedios y mayor prestigio de
supuestos expertos carentes de ética). Oímos profusamente cómo el
paciente tiene toda una ristra de síntomas aparentemente médicos: hipotimia, apato-abulia, anergia, anhedonia, ansiedad generalizada, déficit del control de los impulsos… Y lo decimos tan seriamente como si afirmáramos que tiene fiebre, tos y expectoración.
Y sólo de pasada se comenta que empezó todo hace dos meses cuando murió
su padre, o perdió el trabajo o se divorció… Y conseguimos convertir
una reacción sufriente pero inevitablemente normal en un caso clínico de
alguna enfermedad como el episodio depresivo, o el trastorno adaptativo, o la distimia…
Con lo que varios beneficios se hacen evidentes: ya no tenemos que
enfrentarnos a intentar ayudar a esa persona o, más lógico y más
difícil, atrevernos a decirle que no hay ayuda médica que le podamos dar
(y si alguien aún cree de la utilidad de los antidepresivos para casos
así, que haga el favor de ponerse a estudiar bibliografía independiente,
porque ya está tardando), hemos conseguido parecer muy profesionales y
capaces de mantener el control de la situación, y una vez que el pobre
desgraciado esté con su pastillita y/o su terapia, ya molestará menos a
la vez que nuestro trabajo sigue teniendo pleno sentido sin tener que
plantearnos duda alguna y, de paso, a lo mejor nos vamos de cena con el
anunciante de la pastillita…
¿Y qué se podría hacer tras tanta crítica?
Pues la verdad es que no lo tenemos claro. Hemos amado mucho la
psicopatología y la hemos estudiado tanto como hemos podido. Pero no
podemos evitar preguntarnos por su utilidad. Por su utilidad para la
persona que tratamos, que es lo importante en todo este asunto.
Evidentemente, se nos puede decir que sin un análisis psicopatológico
fino no podemos llegar a un diagnóstico certero de lo que le ocurre al
paciente. Buen argumento, si no fuera porque no parece que los
diagnósticos psiquiátricos sean susceptibles de tal certidumbre (algo
también le dimos vueltas a este tema aquí).
Para diagnosticar a un paciente de un problema orgánico intercurrente,
no hace falta saber psicopatología, sino medicina. Y para diagnosticar a
una persona de psicosis, no se adelante nada diciendo que la voz que le
da órdenes es realmente una "alucinación acústica verbal comandatoria".
Con escuchar al paciente, ya llegamos al diagnóstico sin tener que
"hacernos los expertos" poniendo nombres a sus experiencias, para
pretender demostrar que "sabemos lo que le pasa en realidad". Y poner
nombres de síntomas a lo que son dolores de la vida cotidiana (que es
muy dura para mucha gente y cada vez lo está siendo más) supone
pretender situar en su interior (ya sea en la serotonina, el Edipo, las
sobregeneralizaciones o lo que sea) la causa de su malestar y en
nosotros mismos como profesionales el intento de solución, que pasará
por riesgos de dependencias e iatrogenias a veces terribles para un
beneficio que se conseguía igual o mejor hace décadas con el apoyo
sociofamiliar, el paso del tiempo o la propia fuerza de cada uno.
Resumiendo, ¿no hay tal vez que estudiar psicopatología? No creemos que
ésa sea la solución. Claro que hay que estudiarla. Y conocerla a fondo. Y
luego, saber dejarla a un lado cuando lo que consigue es alejarnos del
paciente que sufre en vez de acercarnos a él, o cuando lo que hace es
describir como enfermo a alguien sano pero dolorido, alguien que
necesita no ser paciente (es decir, pasivo) sino activo en la búsqueda de soluciones (y tal vez culpables) a su dolor.
Aunque sea agradable la sensación de poder que el profesional adquiere
cuando domina el lenguaje de la disciplina, el cómo marca una frontera
entre los iniciados que saben cómo se llaman las cosas y los demás que no lo saben, debemos, también aquí, tolerar la incertidumbre, aceptar que no sabemos. Que llamar alucinación
a una voz no es un progreso en el conocimiento sino una técnica de
poder. Y nuestro trabajo es ayudar en el alivio, no detentar un poder.
La psicopatología ha sido una herramienta de incalculable valor en
psiquiatría para aplicar un lenguaje técnico encima de cualquier
conducta, emoción o pensamiento que hemos querido catalogar como
patológico, convirtiendo cualquier variante de la normalidad en
enfermedad. ¿Quedará alguien a quien llamar normal? Desde luego, no
después del paso por una consulta de psiquiatría o psicología.
¿Nuestra propuesta? Perder el miedo a decir que no se sabe y suprimir el
deseo de controlar y ejercer poder, deseo nacido de aquel miedo. Y,
aunque cueste, llamar a las cosas por su nombre.